El distinguido
folklorólogo orureño, Dr. B. Augusto Beltrán Heredia, en Mayo de 1.956
publicó en la "Revista Rotaría"
(Evanston, Illinois, Estados Unidos de América), su propia versión de la
leyenda del semi-dios Huari, sobre un manuscrito de
Carlos Felipe Beltrán, quien habría sido el primero en recoger ese
interesante contenido.
Beltrán Heredia,
falleció en Octubre de 1.985 y tuvo el mérito - junto a otros connotados
investigadores - de construir los
primeros hitos culturales, ideológicos e históricos del Carnaval
deOruro. Valorizando en sumo grado su hermosa trama, incluimos en esta web
aquella versión del consagrado autor orureño.
La ciudad de Oruro está
situado en las faldas de un semicírculo de cerros que durante siglos
produjeron plata de tan buena ley como el
Cerro Rico de Potosí, y de los que ahora se extrae estaño. Su clima ha
mejorado mucho; ya no hace el frío de años atrás y su cielo sigue siendo
el de esplendente añil de toda la altiplanicie boliviana.
La prehistoria y aún la
historia de esta ciudad minera de 75.000 habitantes, con extensos campos no
bien cultivados, están íntimamente
ligadas a la legendaria Virgen del Socavón que, desde tiempo inmemorial, es
objeto de fastuoso culto en que lo religioso se mezcla
con lo pagano.
En la más remota leyenda
del lugar, juegan papel principal el semidiós de la fuerza Huari, y la
Ñusta, -llamada así por antonomasia diosa de la mitología aborigen, de
quien se dice que en una posterior encarnación, se convirtió en la Virgen
del Socavón. Resumámosla.
El gigante Huari había
hecho una de sus principales guaridas en el interior de los cerros de
Uru-Uru, en cuyas proximidades habitaba un pueblo de pescadores y pastores
de llamas, el más diligente en su culto a Inti (el Sol). Despertado Huari
todas las mañanas por la primogénita y bella hija de Inti, Inti Huara (la
Aurora), que le descubría con su leve fulgor las hermosas galas de las
tierras andinas, enamoróse de ella y, queriéndola tomar para si, extendió
en su derredor sus brazos de humo y fuego volcánico. Los paternos rayos
solares, viniendo en ayuda de la
perseguida beldad, sepultaron en el interior de los riscos enormes, todo el
poder ígneo del semidiós turbado. Y éste juró vengar la afrenta
pervirtiendo al religioso pueblo Uru.
Huari tomó la forma
humana del apóstol de una nueva religión. Con frases y ademanes oratorios,
comenzó a predicar contra Pachacamac y su
obra religiosa y social. Tronaba, pleno de malos propósitos, contra Inti y
la jerarquía social, exhaltaba la supuesta superioridad de los bienes
materiales sobre los espirituales, y del laboreo de las minas sobre el de
los campos. Los Urus le resistían, pero cuando Huari les mostró el oro y
la plata extraída de los montes y prometió a los caudillos las ubérrimas
cosechas ajenas de los valles, los púnenos que trabajaban tierras un tanto
secas, se rebelaron contra sus viejas creencias y sus autoridades
sacerdotales. Ansiosos de riquezas, abandonaron el trabajo cotidiano, duro
pero saludable. Dejaron de orar a Inti para concurrir a conciliábulos
nocturnos en que se abusaban de la chicha de los valles, bebida que antes
desconocían. Alcoholizados, pronto manipularon sapos, víboras,
lagartos y hormigas, en actos de aquelarre, a fin de enfermar a los
habitantes de las poblaciones vecinas y aún a sus amigos y parientes, y
poder así apropiarse de sus bienes. La gente, abatida por los vicios,
transformóse en apática, huraña y silenciosa.
El pueblo habría
desaparecido por las luchas intestinas que advinieron, más un día, en que
después de copiosa lluvia se abrió el cielo cortado por el arco iris, se
hizo presente una Ñusta de singular belleza y de espíritu superior,
escondida tras unos ojos almendrados y oscuros. De cabellos más oscuros
todavía, pómulos salientes, tez no tan bronceada como de las mujeres
lugareñas y noblemente vestida aunque a la usanza india, la Ñusta hablaba
además del dialecto uru un nuevo lenguaje: el quechua. La acompañaban los
curacas y amautas que se habían exilado del villorio cuando comenzó su
inevitable perversión.
Poco a poco, los hombres y
sus actos tomaron a ser lo que fueron; revivieron tradiciones, costumbres,
religión y ordenamiento social. Se impuso el quechua sobre el dialecto
uní, y el campo habría recobrado y aún superado su escasa fertilidad si
Huari, en venganza, no hubiera desencadenado sucesivamente cuatro plagas
sobre el arrepentido pueblo: una víbora, un sapo y un lagarto descomunales,
é innúmeras y voraces hormigas.
Por las montañas del sur
reptaba una monstruosa víbora devorando cuanta sementera y cuanto ganado
estaba a su alcance. Los Urus vieron a la distancia las amenazadoras fauces,
y huían aterrorizados cuando alguien clamó por la Ñusta quechua y se la
vio, en apolíptica contienda, dividiendo en dos con su espada, el cuerpo
del ofidio que quedó petrificado.
Por el lado norte, con
saltos tigrescos hendía la planicie un sapo de enormes proporciones cuyo
resuello calcinaba los terrazgos.
El vecindario que le veía
venir acordábase de los innumerables batracios que sacrificara en
brujerías y presentía la inminencia de la catástrofe. Un guijarro
oportunamente lanzado por la honda de la heroína, dio en la boca del sapo y
lo convirtió en piedra.
Cerca de Oruro, en
Cala-Cala, existe una laguna cuyas aguas se toman rojizas a cierta hora del
día. La leyenda dice que se formó con la sangre de un gigantesco lagarto
decapitado por certero tajo por la protectora de los Unís, cuando el saurio
enviado por Huari, se dirigía al caserío para destruirlo con furibundos
coletazos, afirmándose que el resto del descomunal cuerpo, habría quedado
esparcido en la montaña propincua.
Huari era tan terco como
poderoso, y pensó que su hermosa rival, la Ñusta, que había destruido
tres animales de tamaño y fuerza extraordinarios, sería vencida por
tropeles de diminutos insectos.
Muerto el lagarto, hizo
brotar de la cabeza de éste, legiones de hormigas que se descolgaron desde
Cala-Cala hasta llegar al río Tagarete, donde los nativos acostumbraban
pescar. En angustioso esfuerzo, allí mismo, en los suburbios, fueron
muertos los carniceros insectos y convertidos en montículos de arena.
Había, por último, que
atemorizar a Huari, malo como el mismo diablo. Clavada fue la cruciforme
espada vencedora en el cerro de Cala - Cala, allí donde ahora se levanta
una iglesia, y volvió entonces la paz en el entorno.
Cosas de la naturaleza,
coincidencias que asombran: en las montañas donde, según la leyenda, la
Ñusta petrificó a la víbora y al lagarto, las sobresalientes y sinuosas
rocas figuran los cuerpos destrozados de ambos animales. Y no hace muchos
años que la mole gigante del sapo ha sido destruida para evitar que
siguiera siendo objeto de la superstición popular. Por su parte, los
arenales, que bordean la ciudad de Oruro (la antigua Uní Uru) por el Este,
nos sugieren visiones de las infernales hormigas.
Cosas de los hombres que
no causan menos estupor actualmente los devotos de la Virgen del Socavón -
o sea, según lo refieren las viejas consejas, la invencible Ñusta - que de
antiguo se disfrazaban de diablos y cuyo jefe se llamaba el
"Huaricato" (representante de Huari), llevan máscaras
comamentadas de hermosa factura, decoradas con sapos, lagartos y víboras,
animales de la brujería altiplánica.
"Diablos" son
éstos que cantan, bailan y oyen misa en el templo de la Virgen. Representan
también un drama en el que los Siete Pecados Capitales, personificados por
otros tantos diablillos, son vencidos por el Arcángel Miguel y humillados
ante la Virgen del Socavón.